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Islandia, país de glaciares y géiseres, tiene una población de solo 350.000 personas. Es la economía más pequeña de la OCDE y quizá por eso no el mejor candidato para la prueba que allí se ha llevado a cabo. En la isla nórdica ha tenido lugar el que hasta ahora es el mayor test sobre la jornada laboral de cuatro días, con un resultado que los investigadores han calificado de éxito total.
Mayor productividad y menos estrés
Dicho experimento se llevó a cabo entre 2015 y 2019 con la participación de unos 2.800 funcionarios públicos del ayuntamiento de Reikiavik y del gobierno nacional (aproximadamente el 1% de su población activa), pertenecientes a distintos sectores. Se redujo la jornada laboral a 35 horas semanales sin disminuir el salario de los participantes. Estos tenían flexibilidad para poder elegir entre trabajar un día menos a la semana si su ocupación se lo permitía o distribuir esas horas entre los cinco días laborales.
La conclusión del análisis de los resultados es que se incrementó la productividad y el bienestar y se redujo el estrés de los trabajadores. Un éxito hasta el punto de que este año un 86% de los trabajadores islandeses tienen ya un horario reducido o al menos la flexibilidad en sus contratos para poder hacerlo.
¿Utopía o cuestión de tiempo?
La pregunta en el aire es: ¿es una utopía trasladar la semana laboral de cuatro días a todos los países o es algo que llegará inevitablemente? Probablemente la respuesta sea una mezcla de ambas.
Si lo miramos con perspectiva histórica, en el año 1870 un trabajador medio trabajaba una media de 3.000 horas al año mientras que hoy en día lo hacemos unas 1.600 horas. No ha habido problema en “comprar” ese tiempo extra de ocio porque la productividad ha aumentado unas seis veces en ese mismo periodo.
Si proyectáramos esa tendencia en el tiempo, llegaríamos a la semana laboral de cuatro días aproximadamente en 2035.
Lecciones de la revolución industrial
En su momento, la jornada laboral de cinco días también era una utopía. A principios del siglo XIX la nueva tecnología de la revolución industrial estaba cambiando el mercado laboral en toda Europa.
La creciente mecanización de las empresas aumentaba la productividad y se buscaba obtener el máximo partido de ella, con jornadas laborales de 12 horas y la creencia de que el tiempo libre era tiempo perdido. Sin embargo, poco a poco las empresas más innovadoras empezaron a establecer el inicio de la jornada laboral a las 8 a.m. en lugar de a las 6 a.m. y se dieron cuenta de que los trabajadores tenían más energía e inteligencia si se recortaban las horas de trabajo por lo que la productividad se mantenía.
Así, en 1919 la Organización Internacional del Trabajo estableció la recomendación de trabajar ocho horas al día (48 horas a la semana) para las empresas. Después, en 1938, dada la gran cantidad de trabajadores judíos que libraban los sábados, Estados Unidos fue el primer país que autorizó la libranza de dos días, sábados y domingos, que poco a poco fue extendiéndose por todos los países desarrollados.
Paralelismos entre la revolución industrial y el momento actual
Hay ciertos paralelismos entre la revolución industrial y el momento actual. A lo largo de los últimos treinta años, y a medida que la tecnología está reconfigurando totalmente nuestra manera de trabajar, las encuestas muestran un creciente aumento en la intensidad y el ritmo de trabajo. Puede que no trabajemos tantas horas como nuestros tatarabuelos, pero la mitad de nosotros dice que está “siempre” o “a menudo” agotado al finalizar la jornada laboral, sensación que se ha agudizado en los últimos 18 meses de pandemia.
Un trabajo totalmente digitalizado nos ha enganchado a un flujo interminable de correos, mensajes de chat y videoreuniones… Al igual que hace dos siglos, las empresas más innovadoras están probando nuevas fórmulas para trabajar de manera más inteligente como vía para aumentar la productividad.
Telefónica, pionera en España
Así, Perpetual Guardian, un bufete de abogados de Nueva Zelanda, probó una semana de cuatro días y la productividad aumentó un 20 por ciento, compensando casi por completo la reducción de las horas de trabajo. En Microsoft Japón establecieron la semana laboral de cuatro días junto a nuevas reglas, como limitar las reuniones a cinco asistentes y un máximo de media hora, con todo lo cual consiguieron un incremento de la productividad del 40 por ciento. En España, Telefónica será la primera gran empresa en explorar la semana laboral de cuatro días, comenzando con una prueba piloto de tres meses que se iniciará en octubre de este año.
También ha habido experiencias negativas, como la de la jornada laboral de 35 horas en Francia de hace veinte años que hoy pocas empresas siguen por el incremento de los costes laborales que supuso.
El mercado laboral también está cambiando
Sin embargo, los cambios laborales que está impulsando el COVID abren el debate sobre la reducción de jornada junto a los nuevos modelos de trabajo híbridos: ¿aumentará la productividad? ¿Será rentable para las empresas y los trabajadores si implica también reducción de sueldo? ¿Servirá para impulsar a otros sectores como el turismo?
Las pruebas realizadas hasta el momento indican que merece la pena al menos explorar la posibilidad. No todas las empresas podrán adoptar la semana de cuatro días en el mismo momento ni a la misma velocidad. Una vez más será en las empresas más digitalizadas y con mayor componente tecnológico donde antes se establecerá. La clave es huir del “café para todos” y trabajar en modelos mixtos en los que diferentes empresas y distintos colectivos con funciones diversas puedan adoptar modelos ad hoc, con una implantación progresiva de las nuevas medidas.
El mercado laboral está cambiando rápidamente y, en ese contexto, la semana laboral de 30 ó 35 horas puede tener cabida, ¿por qué no?
Imagen: flickr
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