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Robots en el cuarto de estar: implicaciones emocionales y éticas

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Los robots ya no se encuentran solo en fábricas o almacenes. Se abren paso los robots sociales, que cada vez están más presentes en los servicios e incluso en el entorno doméstico. Sin olvidar las implicaciones éticas y emocionales, se atisba un futuro fascinante.

Nos hemos acostumbrado a ver los robots en determinados entornos y, aunque siga siendo asombroso, nos hemos familiarizado con ello. Ya no nos sorprende contemplar cómo las líneas de producción funcionan de manera casi totalmente automática y con absoluta precisión, y nos parece natural la robotización de los almacenes. Sólo nos despierta, quizá, cierta admiración observar el empleo de robots móviles en esos mismos entornos. Resulta hipnotizante ver cómo se mueven como enjambres mecánicos, en bandadas, a lo largo y ancho del almacén, para transportar palés cargados de productos, a toda velocidad y sin colisión alguna.

Pero ahora los robots empiezan también a habitar nuestros hogares. Algunos, los denominados robots de servicio (‘service robots’) como pueden ser los populares robots-aspiradora, ya están plenamente integrados en los salones de muchas casas y se pasean con naturalidad por cocinas, pasillos y dormitorios.

Pero la cosa no se va a detener ahí. El siguiente paso son los llamados robots sociales. Están pensados para interactuar con las personas. Su aspecto es generalmente humanoide aunque, en ocasiones, adoptan aspecto zoomórfico y, en otras, son algo así como versiones avanzadas y más expresivas de un altavoz inteligente.

¿Cuál es la finalidad de los robots sociales?

Se mueven en recepciones de hoteles, en el ámbito corporativo, en el mundo de los eventos, en empresas de servicio e incluso, como apuntaba, en el entorno doméstico. Entre los robots sociales más populares están Pepper o Nao de Softbank Robotics.

El robot Nao de Softbank. Fuente: Jessie Hodge (Flickr)

Lo diferencial de estos robots es que están diseñados para interactuar con personas y hacerlo de la manera más natural posible. Esa naturalidad incluye, por supuesto, el uso de la voz y el lenguaje natural pero también la gestualidad y expresiones faciales. Aunque, en muchos casos, son muy básicas y se limitan a rasgos esquemáticos que resultan claramente artificiales, otras veces alcanzan sorprendentes niveles de realismo y cercanía a la expresión humana, como ocurre con Sophia de Hanson Robotics o los robots humanoides de la serie Mesmer de Engineered Arts.

Del diseño de la relación de esos robots con las personas se ocupa la disciplina Human-Robot Interaction, un área tremendamente interesante y multidisciplinar que, aparte de los evidentes fundamentos tecnológicos, también incluye conocimientos y experimentación de naturaleza psicológica y sociológica. Y es que, dada la naturaleza social de este tipo de robots, de cara a su comportamiento se deben tener en cuenta también las propias convenciones sociales en aspectos como la distancia interpersonal (proxémica), el inicio de la interacción, los gestos o el movimiento.

Retos y exigencias de naturaleza ética

Pero no solo eso: los robots sociales más avanzados son capaces de detectar emociones humanas y, a su vez, simular las suyas propias. Para ello, deben hacer uso, como decía, de elementos psicológicos aderezados con una rica variedad de sensores y una algoritmia, generalmente basada en inteligencia artificial, capaz de traducir esas señales faciales, sonoras o fisiológicas que emitimos los humanos a modelos psicológicos de emociones. Esa gestión de las emociones cae dentro del campo denominado computación afectiva (‘affective computing’), con mucho futuro y utilidades. Se trata de soluciones poderosas y, como todo poder, implica una gran responsabilidad. Así, la creciente capacidad de interacción social de este tipo de robots trae aparejados retos y exigencias de naturaleza ética.

El propio vínculo emocional que este tipo de robots es capaz de establecer con las personas es fuente de muchos de sus beneficios y también causa de alguno de los riesgos. Entre ellos está la creación de una dependencia emocional excesiva de la persona respecto al robot, especialmente en el caso de personas vulnerables, o la posible sustitución de la interacción humana por otra artificial. Existe, además, el peligro de usos maliciosos como manipulación o violación de la intimidad o privacidad.

Casos de uso

Pero no debemos quedarnos solo con esta perspectiva. Los robots sociales son una realidad tecnológicamente muy avanzada, que cada vez tendrá mayores casos de uso. Además de su empleo en negocios y actividades profesionales, han demostrado su capacidad para crear unas interacciones muy positivas desde el punto de vista social. Por ejemplo, en entornos tan sensibles como la educación infantil, la compañía y cuidado de ancianos, el estímulo en caso de  demencia o Alzheimer o para promover habilidades sociales frente al autismo.

Precisamente el pasado mes de noviembre OdiseIA, el Observatorio del Impacto Social y Ético de la Inteligencia Artificial), al que tengo el placer de pertenecer, abría un área para trabajar en los aspectos sociales y éticos de las relaciones entre robots y personas. Os dejo el enlace a un webinar reciente titulado “Robótica social y la alianza para el bien” en el que hablábamos de este tipo de robots, de sus retos éticos y, sobre todo, de su capacidad de impacto social positivo. ¡No os lo perdáis!

Imagen: Flickr/ Marco Verch

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